lunes, 5 de julio de 2010

Ramiro Carranza


Fernando G escribió:
Se supone que hace cuatro años, por esta época, murió Ramiro Carranza. Estaba en manos de las FARC, que lo habían secuestrado pensando que era pariente del zar de las esmeraldas. No lo era, claro está. Ramiro era un estudiante, un hombre de frugalidad franciscana, solitario y sencillo. En ese momento escribí esta nota que, como la de José Eduardo Umaña que les envié ayer, quedó inédita. La rescato ahora del olvido.
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Ahora fue Ramiro Carranza. La memoria de los colombianos está llena de cruces sembradas en el fondo de la conciencia,  de cristales rotos que volverán a romperse una y otra vez en una explosión de pequeñas astillas, de palabras que no llegaron a decirse y que duelen como un cilicio, como una sed insaciable. Nuestros nombres son sólo nuestros, nuestros muertos sólo nos pertenecen a nosotros. De alguna manera estamos hechos de silencios y de cementerios, de vacíos, de gritos secos que sólo hablan de nuestro dolor, de nuestras desolaciones. “Ser colombiano –dijo Borges– es un acto de fe”. Es posible. Pero es también un acto de dolor, es esa forma secreta de ser  triste y de ser desgarrado.

Murió Ramiro Carranza como morimos todos en Colombia, secuestrado, herido en su dignidad, torturado durante cuatro largos años por un grupo inhumano. A él le tocó ser víctima de la guerrilla como otros lo son, lo somos, del gobierno de los paramilitares, como otros más caen bajo la acción de la delincuencia común o de la mafia. Pero digo mal. Porque en Colombia guerrilleros y mafia y gobierno y delincuencia común y militares y paramilitares son uno solo. No hay diferencia alguna entre Pablo Escobar y Álvaro Uribe, ese asesino que piensa que es presidente. A estas alturas de nuestra tragedia colectiva los colombianos pedimos que extraditen a Uribe y a sus ministros y políticos, y al 35 por ciento de los congresistas elegidos por el narcotráfico, y a los desalmados propietarios de la tierra, de la vida y de las conciencias, y a los clérigos y a los militares, y a los académicos que se acomodan a lo que sea en su silencio mudo, y a los depredadores del interés común, y a quienes aceptan condiciones infamantes para sobrevivir en medio de la violencia. Colombia debería hacer suyo el grito de los ecuatorianos contra Lucio Gutiérrez: ¡que se vayan todos!

Si eso llegara a suceder algún día, es posible que Ramiro Carranza regresara a la vida. Pero esas son apenas elucubraciones. Cuando, en el futuro, alguien se decida a juzgar a quienes hoy nos hacen víctimas de sus crímenes, ¿podrá ese alguien devolvernos lo nuestro? Tal vez no. Porque lo nuestro son las gentes que, como Ramiro Carranza, ya no volverán. Un muerto más… y otro… y otro, ¿a quién le importa?

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